Desde este espacio me he referido incontables veces al distanciamiento entre los políticos de este país y sus electores. Los intereses de los que gobiernan ya nada tienen que ver con los intereses -o algo más simple: las necesidades- de los gobernados.
Cada tres años los ciudadanos sólo pedimos -infructuosamente- que quien gane no sea peor que quien está por dejar el poder.
Sin embargo, los políticos no temen al castigo -ellos manejan el aparato de la ley- porque se imaginan que sólo enfrentan aquello que marca el código penal y, si acaso, alguna sanción administrativa.
Sin embargo, la respuesta puede estar en Túnez, un país del norte de África que acaba de cambiar de presidente luego de algunas semanas de revueltas, principalmente de jóvenes cansados de no tener futuro y de ver como su clase política se quedaba con todos los recurso de la nación.
De repente salieron a las calles hartos de no tener opciones laborales y que ni siquiera cuente tener estudios, porque todos los recursos se los quedaban los políticos y los parientes de la esposa del presidente Zine el Abidine Ben Ali, quien ya puso tierra de por medio.
La protesta al final incluyó a toda la población y hay fotos de soldados y policías abrazados a la multitud cuando se enteraron de que el corrupto gobernante había escapado.
Los tunecinos no saben a qué se enfrentan, pero los jóvenes sabían que en el régimen anterior su futuro era negro, por lo que no tuvieron miedo luego de que uno de ellos -el que literalmente encendió la mecha- se prendió fuego como protesta.
Por supuesto que no quiero un futuro así para mi país, por eso lo señaló, para exponer una situación social en donde la población ya no tenía ninguna forma de comunicación con sus gobernantes, justo como nos puede pasar con los políticos, que derrochan el presupuesto, se pagan los salarios que quieren, trabajan lo menos posible y no escuchan. Sólo fingirán hacerlo el año que viene, cuando haya elecciones.
Y lo mejor que deberían hacer es verse en el espejo adecuado y no en el que ahora usan, que se las pasa adulándolos cuando le preguntan: “espejito, espejito, ¿quién es el más hermoso”? y el pobre espejo, resignado, les contestará una y otra vez “tu, por supuesto”, por lo menos hasta que llegue el proceso electoral y les pueda decir, lleno de felicidad: “el candidato que te va a suceder, por supuesto”.