Que alguien les diga
Los días anteriores he platicado de la intención de varios políticos de recurrir a un cambio de su imagen pública a través del asesoramiento experto de el Pingo, ese perro que ocupa todo el espacio de esa columna y que vive en la casa de ustedes con la firme convicción de que es el amo.
Hasta donde tengo entendido, la mayor parte de quienes reclaman su servicio son panistas y perredistas, porque los priistas aún viven en el ensueño de que la gente los ha perdonado de todos sus excesos.
Hoy muchos de ellos han encontrado la manera de regresar al “servicio público”, como le llaman a estar conectados de nuevo a la nómina. Otros no han tenido tanta suerte pero reaparecieron en la política, con la esperanza de agarra más temprano que tarde un hueso, aunque sea con poca carne.
Pero en la nómina o no, todos ellos piensan –creo que en mucho tienen razón- que el de Morelos es un pueblo sin memoria y que por lo pronto ya están perdonados. Por lo tanto, creen que no necesitan cambio de imagen, sino que se venden al elector por ser lo que son.
Claro, lo mismo han llegado a pensar los panistas, que en apenas una década en el ejercicio del poder la regaron tanto como los priistas en 70 años.
Pero ese no es el punto, sino que no hay nadie con el suficiente valor para decirles a todos ellos, tricolores y blanquiazules, la verdad: que a los ojos de un ciudadano normal están más quemados que las promesas de Francisco Alva Meraz de combatir al pirataje en el transporte.
Y viven, tristemente, tan campantes. La mala es que lo hacen a cuerpo de rey y con todo pagado por sus tarugos, una forma elegante de llamar a los ciudadanos que gobiernan. Es que en esta columna no hay espacio para las malas palabras. Ni para las buenas.
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