Símil
Pingo (el perro que en la casa de ustedes se siente el amo y que además se autodesignó "politólogo") estuvo muy entretenido ayer, porque la iguana verde -otro habitante de la misma casa, con características muy singulares- reapareció para comerse las flores (de un rojo intenso) del tulipán que tanto le gusta.
Los reclamos de Pingo a la intrusa fueron en vano, porque ella, desde la protección que le daba la altura, comía y comía y de cuando en cuando hasta se relamía los bigotes.
Esa escena, de la que fui testigo casual, me remontó a los pleitos entre los militantes de algún partido político y sus dirigentes.
Por supuesto, los militantes, la base, los que hacen la talacha, están abajo.
Los dirigentes bien podríamos ponerlos en el papel de la iguana verde.
Y la distancia que separa a unos a otros es tan grande que los de abajo se quedan en puro ruido mientras los de arriba comen y se empachan con los recursos públicos que administran.
Eso fue extremadamente notorio en el caso del PRI cuando lo regenteaban los proxenetas Maricela Sánchez y Guillermo del Valle.
Hasta que les quitaron la administración del prostíbulo, se hartaron de ganar dinero.
Claro, debe haber maneras de cambiar las cosas, pero hasta la fecha ni Pingo (que es tan listo) la encuentra para aplacar a la glotona iguana verde.
A menos que se compre una resortera.
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