Saramago
El viernes por la noche por causalidad llegó a mis manos uno de los libros emblemáticos de José Saramago, quien tenía pocas horas de haber muerto. Tomé el libro sólo por curiosidad y si no me he forzado a dejarlo a las tres de la mañana, me paso la noche en vela.
El sábado lo acabé, sólo para lamentar que ese premio Nobel haya dejado de existir. Fue emocionante reencontrarlo en ese texto.
Pero la magia se rompió poco después, cuando me puse a repasar los últimos acontecimientos mundiales y nacionales y descubrí las naderías en las que se arrastran nuestros políticos.
Sobre todo, la cultura de no rendir cuentas a nadie nos ha llevado a tener una clase política especializada en apropiarse del dinero público y a decir cada tontería.
Incluso se atreven a cuestionar a las instituciones de las que comen o por las que están en el poder, como el secretario de Educación Pública Alfonso Lujambio, que se ha convertido en experto en exhibir su ignorancia política con tal de quedar bien con su patrona Elba Esther.
Para lo que gana ese señor y lo que hace, mejor que pongan al secretario de Educación de Morelos, pero con el sueldo y las prestaciones de aquí y no las federales.
Estaríamos igual, pero a menor costo económico.
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