A temblar
Varios lectores me dijeron ayer que Pingo -el perro que en la casa de ustedes se siente el amo- está injustamente apartado de esta columna desde hace demasiado tiempo.
Le expliqué que es un cuestión de salud mental, pues eran muchos los reclamos que recibía de la clase política, que un día sí y otra también se quejaban de las duras críticas que el inteligente can las lanzaba. Por mucho que explicaba que no eran críticas bien o mal intencionadas, sino sólo las reflexiones que el Pingo hace luego de observar y observar y observar a la clase política, los políticos no entienden de razones y se la pasan quejándose -lo que no constituye ningún problema, porque esa es la labor del periodismo- pero también se acuerdan de mis ancestros con demasiada frecuencia, lo que ocasionó un problema financiero, ya que su servidor usa mamá prestada para esas ocasiones, pero la viejita a la que le pagó para recibir todo los recordatorios me subió la tarifa y se quejó de exceso de trabajo.
Fue eso lo que me llevó a pedirle al Pingo que se hiciera a un lado, pero él tiene demasiado admiradores y creo que por justicia debe regresar a esta tribuna.
Así es que, políticos, ¡tiemblen!
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